viernes, 26 de febrero de 2010



Eran palabras suaves, de fina textura y dulce sabor, crecían enredadas en cañaverales de azúcar, se nutrían de luces color pastel y viajaban juntitas en nubes con olor a té.
Soñaban con ser pronunciadas en la boca de un gran pez, pero un gorrión en el viento las rapto para él.
Decepcionadas de caer se soltaron en cadena cuando el gorrión tuvo sed, amantes del peligro por el pasto se echaron a correr; en cada esquina un descanso y alguna perdida en el tren. Déjame volar contigo mariposa! la más osada pronunció sin ver, caer hacia el abismo fue lo único que consiguió hacer.
Las palabras restantes soñaron despiertas y se juntaron otra vez, unidas como amantes, se dejaron vencer, vencer por una boca que las pronunció por última vez, las pronunció adormecidas con la fuerza de aquél, las pronunció muertas y sin vuelta atrás, las pronunció contentas con migajas de pan, las pronunció en vida y les dio un final.

miércoles, 24 de febrero de 2010

cerrar los ojos


Cerrar los ojos
Lisandro Aristimuño

Pena me dio no verte,
sacarle la soga a la muerte,
sin piedad y sin razón
han destrozado la ilusión
de toda la gente que vive sola
atada a un cruel destino
si no hay camino por recorrer
cerrar los ojos es perder

y una vez mas es asi...

Sigo creyendo en sueño
que los días no tienen dueño
y que hay verdad y que hay amor
cerrar los ojos es perder
frío de la noche
no hay nombre para este dolor
cielo de mis noches
¡qué viva la revolución!

Pena me dio no verte,
sacarle la soga a la muerte,
sin piedad y sin razón
han destrozado la ilusión
de toda la gente que vive sola
atada a un cruel destino
si no hay camino por recorrer
cerrar los ojos es perder
frío de la noche
no hay nombre para este dolor
cielo de mis noches
¡qué viva la revolución!

domingo, 14 de febrero de 2010

frases sueltas


Son las tres y algo de la madrugada, siento un asco terrible, un mareo insensato, siento que es muy tarde y pensar que ayer a esta misma hora estaba sentada en la calle sin ni siquiera pensar en devolverme al hogar.
Tengo un dejo de temor en el esofago, un resentimiento en el endometrio, un recuerdo en mi propio sexo ... son palabras al aire y vivir cada instante ... v i v i r con todo el significado de sus letras ...

sábado, 6 de febrero de 2010


Al tropezarme y tomar aquél libro del verano pasado, MI libro del verano pasado, el que me acompañó durante mi “exilio” por la solitaria capital de Santiago en tardes sofocantes y sin saber nada sobre mi tan incierto último año de colegial, se me viene a la cabeza el “primer día de clases” el último primer día de clases, aquél día en que llegué juiciosa y asombrada a un nuevo “establecimiento”, leyendo exactamente el mismo libro de siempre, un tanto para sentirme acompañada, otro resto para sentir que no abandonaba el pasado ( ese que hoy prefiero evitar ) y dándome cuenta mientras releía las palabras prolongadas del texto y mirando alrededor, de que a pesar de ser un lugar desconocido, un lugar completamente distinto, con mil alumnos más que el anterior, seguía las mismas reglas impuestas en todos lados, mantenía los mismos clichés sociales , en fin …
Esto no trata de mí, trata de mostrar un poco lecturas cotidianas al resto, trata de emerger de entre los libros abandonados, trata más bien de los que aún tienen que contestar obligadamente “«Presente, señor», obligadamente presente”.


El primer día de clases
(«Uf, lunes otra vez»)
Pedro Lemebel (extracto Zanjón de la Aguada )

Y pareciera que todos andamos esperando la primera lluvia para relajarnos, para decirle adiós al eterno verano y por fin asumir el año que recién comienza en marzo, cuando el país retoma su agenda de burócrata planificado, cuando de un dos por tres se pasa del febrero ocioso a las carreras por las tiendas buscando el uniforme escolar, porque los niños ahora crecen de pronto. Uno no se da ni cuenta y los pitufos te miran desde arriba, alegando por la ingeniosa ley que acorta las vacaciones y los mete de sopetón en el odiado primer día de clases. Ese latero reencuentro con la institución educadora, con esos profesores almidonados que les dan la bienvenida con sonrisa chueca. Los profes que ahora son jóvenes, recién egresados de las universidades, que fuman pitos e igual odian dejar el carrete, los jeans y las zapatillas para entrar en su doble vida de impecables reformadores. Y quizás, ése es el único punto en que alumnos y profesores se encuentran realmente, planchando la ropa, ordenando papeles y cuadernos para comparecer en el bostezo ritual de la primera mañana escolar.
Allí, alineados en el patio, separados por curso y género (porque juntos se fomenta la fornicación adolescente, dicen los educadores). A esa hora de la mañana, tener que escuchar los interminables discursos de la directora, que con los ojos blancos, cacarea su oración por la santa patria, por el puro Chile que te educa para ser chileno (qué novedad), por las buenas costumbres, que por lo general son para los estudiantes chupamedias, que escuchan en primera fila con cara de santurrones el discurso de la señora. Mientras atrás, a puro pellizcón, los inspectores mantienen a raya a los desordenados, a los pailones de la última fila, los que no se cansan de joder con sus bromas y chistes picantes. Los que se tiran peos e inundan el ordenado aire de la mañana escolar con ese olor rebelde. Tal vez son los únicos que escuchan el discurso de la directora, los únicos que le ponen atención para imitarla, para remedarle su cursi y mentirosa acogida. Y la escuchan porque la odian, porque saben que ella no los pasa, detesta su música, su ropa y sus peinados y su desfachatez de pararse en el mundo así. Y llega cada año con nuevos reglamentos y castigos e ideas y talleres lateros para que sus niños ocupen mejor el tiempo.
Los estudiantes de la última fila saben que la directora nunca los pierde de vista. Y por cualquiera anotación pasarán por su oficina cabizbajos, escuchando el mismo sermoneo, la misma citación de apoderados, el mismo: «Hasta cuándo, González. Hasta cuándo, Loyola. Hasta cuándo, Santibáñez. ¿Nunca se va a aburrir de hacer tanto desorden?» Y la verdad, los alumnos de la última fila seguirán con sus manotazos y pifias mientras la sagrada educación nacional no los represente. Mientras les alarguen la tortura de las clases hasta las cuatro de la tarde, ellos seguirán riéndose del tiempo extra que gasta el Estado para domarlos. Si nadie les preguntó, si nadie les dijo a ellos, que son los únicos afectados. Y por eso los chicos andan a patadas con los bancos, escupiendo con rabia a espaldas del inspector que los manda a cortarse el pelo. Ese largo pelo que durante las vacaciones se lo lavaron y cuidaron como seda. Esa hermosa cascada de cabello que los péndex se sueltan femeninos cuando van a la disco. Tal vez lo único ganado de todas las revoluciones y luchas juveniles. Esa larga bandera de pelo que los chicos se desatan clandestinos y la educación se las arrebata de un zarpazo. ¿Entonces cómo esperan que ellos tengan otra actitud frente a esta agresión oficial que les quita lo que más quieren? Cómo pretender que en la última fila no vuele una mosca, si todos los ojos del primer día de clases están puestos en ellos, entretenidos en reírse de las amorosas palabras de la directora, tirándose flatos cuando ella presenta al alcalde. El gordiflón que impuso el pelo corto, que se hace el buena onda recordando sus lejanos días escolares. Eso fue en Jurasic Park, se escucha atrás para callado, y todos los cabros se ríen aplaudiendo el chiste. Y el alcalde confundido, da las gracias pensando que sus palabras han tocado el corazón de los muchachos. El despeinado corazón de la barra joven, que regresa a su prisión pelados como milicos, con una mueca de asco en la boca cuando contestan con rabia: «Presente, señor», obligadamente presente.